Finlandia y España: a tal sistema social, tal sistema educativo

Granada, ocho de la noche. En un autobús interurbano, viajan en la parte de atrás, sentadas, una niña de unos diez o doce años y su madre. La niña juega con el teléfono móvil a todo volumen. Delante de ellas, una pareja de sexagenarios viaja de pie, y una joven se pone los auriculares. La madre, de edad media, mira la pantalla del móvil de su hija.

Breve reflexión: hace una generación, la madre hubiera dicho a su hija que el ruido del juego puede molestar a otros pasajeros y se hubiera levantado para ceder el asiento a los ancianos; hace dos, hubiera pegado a su hija un capón por estar en el autobús molestando a otros pasajeros, y de un capón más la hubiera levantado para que cediera el asiento a los mayores.

Decir que en España ya no se educa en valores suena a rancio y a añejo, pero el hecho es que desde las familias ha ido, poco a poco, dejándose de lado el papel de educadoras que deberían tener. En la época de nuestros padres, en las familias se educaba a los niños en las cuestiones básicas para la vida cotidiana, y la escuela era el lugar donde se recibía la instrucción formal. De este extremo se ha pasado a asignar a la escuela el papel de educadora de todo tipo de instrucción, formal, de cortesía social, de buenos hábitos, de elementos éticos y morales. El profesor es el encargado y el responsable de la educación del niño y, al mismo tiempo, ha ido viendo cómo cada vez tiene menos herramientas para enfrentarse a su cada vez mayor número de responsabilidades. En este contexto, en el que la implicación de las familias es cada vez menor en la educación de sus hijos y se piensa que la escuela es el lugar donde debe enseñarse todo, miramos con ojos de admiración a Finlandia y su sistema educativo, lo comparamos con el nuestro y clamamos al cielo por la incompetencia de nuestros políticos, nuestra legislación educativa, nuestro sistema.

Segunda breve reflexión: en esta imagen idealizada que nos ha llegado del sistema educativo de Finlandia, ¿por qué los medios de comunicación no suelen contar la historia completa? Estamos hablando de un país donde un 40% del salario mensual va a parar a las arcas del estado en forma de impuestos, y la población se encuentra satisfecha porque entiende que es dinero que revertirá en todos, incluida la educación. De un país que entiende que la educación no empieza en el colegio, sino en casa, por lo que toda la familia dedica su tiempo de ocio a actividades educativas: la biblioteca es un lugar donde pasar un domingo toda la familia junta, por ejemplo, y entre semana se dedican muchas, muchas horas en casa a leer con el niño, a hacer actividades con él. ¿Estaríamos en España dispuestos a sacrificar nuestro tiempo de esta manera? ¿A ceder poco menos de la mitad de nuestro salario al estado? No existe en España, no al menos de manera generalizada, una dedicación tan grande a la educación e instrucción del niño dentro de las familias. No negaremos que existen factores atenuantes (el desfasado horario español, herencia franquista de la que no nos libramos tan fácilmente; horas de sol y temperaturas que invitan a actividades fuera de casa más que dentro; necesidad socio-cultural de interactuar y compartir en grandes grupos…), pero tampoco podemos cegarnos por las virtudes de otros sistemas educativos que han sido concebidos en estructuras socio-culturales tan opuestas a la nuestra y culpar de todo a nuestro sistema, cuando éste nace de los individuos que conforman la sociedad para la que éste se ha generado. Tendríamos no que poner nuestra mirada en sistemas ideados para sociedades tan opuestas a la nuestra, sino tratar de encontrar una fórmula que ayude a que el nuestro, en nuestra sociedad, mejore.

En el autobús, tras cuatro o cinco miradas de la joven de los auriculares, la madre por fin entiende que el elevado volumen del teléfono es molesto, y le dice a la niña que lo baje. A los sexagenarios, ninguna de las tres les ha cedido el asiento.